viernes, 5 de abril de 2013

PROBLEMÁTICA DEL CONSUMO DE ALCOHOL EN ADOLESCENTES


LA PROBLEMÉTICA DEL CONSUMO DE ALCOHOL EN ADOLESCENTES. 
 
 
Tradicionalmente, la adolescencia ha representado un periodo crítico en el inicio y experimentación en el consumo de sustancias psicoactivas, lo cual ha motivado a los científicos sociales y de la salud a analizar este problema en profundidad por sus múltiples y graves efectos. Según el informe de la Organización Mundial de la Salud el consumo de alcohol es el primer factor de riesgo en los países en desarrollo y el tercero en los países desarrollados, lo cual constituye una amenaza para la salud pública en la medida en que genera consecuencias negativas en todos los niveles: biológico, físico y psicológico en quienes lo consumen. 
 
Igualmente, los problemas referentes a la salud pública, asociados al alcohol, han adquirido proporciones alarmantes, hasta el punto que el consumo de esta sustancia se ha convertido en uno de los riesgos sanitarios y sociales (accidentes de tráfico, violencia, suicidio, etc.) más importantes en el mundo. La edad de inicio se sitúa entre los 13 y 14 años de edad y lo más importante, y también alarmante, es el hecho de que el 64% de los adolescentes cree que beber es normal . En este punto, es de interés subrayar que el consumo de alcohol en en los países europeos, es ilegal para los menores de edad que aún no han cumplido los 18 años y, en consecuencia, está prohibida la venta y consumo por debajo de esta edad. 
Además, se ha mostrado claramente, tanto en población general como en población escolar, que este inicio temprano es un factor de riesgo importante para adentrarse en el consumo de otras drogas. El hecho de que los adolescentes consuman alcohol a edades tempranas conlleva un importante peligro tanto para la salud individual como para la salud pública, con el agravante de que bajo ciertas condiciones, aumenta la probabilidad de que se mantenga o agudice este problema durante la vida adulta. 
Normalmente, el consumo de alcohol en adolescentes se ha explicado a partir de contextos tales como la familia, la escuela y la comunidad, y han sido muy pocos los estudios que han considerado los tres ámbitos de manera conjunta. 
 
En el sistema familiar se ha constatado que juega un papel fundamental en el consumo de alcohol en los hijos, las pautas de interacción familiar, la cohesión y adaptabilidad de los miembros y el consumo de los propios padres.También, la comunicación familiar positiva favorece la cohesión y la adaptabilidad de la familia; en cambio, los problemas de funcionamiento y comunicación entre padres e hijos adolescentes constituye un factor de riesgo estrechamente vinculado con el consumo de alcohol y drogas en los hijos. Los adolescentes consumidores abusivos de alcohol perciben a su familia, en mayor medida que los abstemios o los consumidores no abusivos, como un contexto conflictivo en el que existe poco entendimiento entre los miembros de la familia .
 
Otro factor de riesgo en el escenario familiar que influye en el consumo de alcohol entre los adolescentes, es el modelado parental de consumo en el sentido de que hay una mayor probabilidad de consumo abusivo en los hijos conforme aumenta la frecuencia de consumo de alcohol en sus padres. El modelado de los padres es, en consecuencia, un factor relevante para entender el comportamiento de los adolescentes en relación al consumo de alcohol y otras substancias .Si un adolescente observa en el entorno familiar el consumo de alcohol como “normal”, entenderá como adecuado que él mismo lo pueda hacer en sus relaciones sociales con los amigos. Ha aprendido también que los amigos estimulan y potencian la afiliación y la identidad a través de la adhesión a ciertas conductas rituales afianzadas en el grupo. Los iguales se convierten, de esta manera, en una influencia social dominante para el consumo de alcohol..También se sabe que la identidad de las personas está vinculada a los roles sociales que emergen de la comunidad de pertenencia, lo cual constituye uno de los principales escenarios sociales de interacción. 

Por otra parte, se ha podido observar que la autoestima académica tiende a inhibir las conductas que implican consumo de sustancias (alcohol y otras drogas) y actúa como elemento protector. Esta autoestima está más relacionada con la capacidad del adolescente para asumir y respetar las reglas de convivencia establecidas desde una figura de autoridad, de tal manera que aquellos adolescentes que se valoran de forma negativa respecto de su autoestima académica perciben la escuela como un sistema injusto y tienen la tendencia a abandonar sus estudios. Además, la autoestima académica parece ser un factor protector relevante en la implicación en el consumo de drogas..
Teniendo en cuenta estos antecedentes, deberemos estudiar las relaciones existentes entre las variables familiares –funcionamiento familiar y apoyo familiar- y consumo familiar de alcohol–; escolares –rendimiento académico e implicación escolar-; sociales –apoyo de amigos, tener amigos consumidores de alcohol-, el apoyo social comunitario; la autoestima académica, y el consumo de alcohol en adolescentes.  
El referente teórico donde se puede sustentar esta investigación y en el que se integran todas las ideas y dimensiones anteriormente mencionadas es el modelo ecológico de Bronfenbrenner, y el modelo de estrés familiar en el que se identifican los factores de riesgo y protección. 
En el ámbito familiar, se ha comprobado que un funcionamiento familiar, caracterizado por la vinculación emocional entre los miembros de la familia y la habilidad para adaptarse a diferentes situaciones y demandas de la dinámica familiar se relacionan positivamente con el apoyo familiar.  
Se ha observado que el apoyo percibido de los miembros de la familia (padres, madres y hermanos/as) se relaciona con el consumo de alcohol en adolescentes. Una  parte importante del consumo de alcohol en adolescentes se explica a partir de las relaciones familiares y con los iguales y, paralelamente al ocio compartido con familia y amigos -festividades cívicas y religiosas, celebraciones familiares y reuniones de amigos-.  
La forma abusiva de consumir alcohol se da más entre los hombres que entre las mujeres y, sobre todo, en varones jóvenes de entre 15 y 34 años. No obstante, también han aumentado las borracheras y los atracones de alcohol entre las mujeres en torno a tres puntos. El 25,9% de las mujeres se ha emborrachado alguna vez en el último año y el 8,6% se ha dado algún atracón de alcohol (5/6 copas en menos de dos horas) en algún momento en los últimos 30 días. Estas conductas se dan en el 44% y 21% de los hombres, respectivamente.  
En España, el consumo de alcohol se concentra durante los fines de semana y la bebida más consumida es la cerveza (78,7%), seguida del tabaco (42,8%), el cannabis (10,6%) y los hipnosedantes (7,1%). 
Por otra parte, la socialización y aceptación social del consumo de alcohol entre la población adulta está tan arraigada en nuestra cultura que parece difícil que padres y educadores transmitan a los adolescentes el mensaje de que el alcohol puede afectar seriamente su salud. De ahí que las intervenciones preventivas deben incluir necesariamente al contexto familiar y escolar a fin de incrementar su eficacia. 
 
El problema de fondo estriba, en que el consumo de esta droga en adolescentes representa un elevado costo para los gobiernos puesto que va acompañado de graves conflictos familiares, accidentes de tráfico, violencia, delincuencia, etc. Su consumo tiene lugar en contextos de normalidad social lo cual hace que la alarma y responsabilidad social sea menor que en otros tipos de drogas, e incluso inexistente, lo que podría explicar también la poca efectividad de los programas de prevención. Esta tolerancia hacia el consumo de alcohol en la mayor parte de las culturas contribuye a una menor percepción del riesgo que implica su consumo. 
Hay que tener también presente que en la adolescencia, un período de tránsito y experimentación, se explora y experimenta con gran parte de lo que el adolescente se encuentra en su medio y, naturalmente, con el consumo de alcohol al que tienen un fácil acceso y una amplia aceptación.  
Como ya se ha comentado anteriormente, se ha observado en las investigaciones realizadas  una relación directa del consumo familiar y de los amigos con el consumo de los adolescentes, es decir, tener familiares y amigos que beben es un factor de riesgo importante para el consumo. Cuando padres y madres beben hay una mayor probabilidad de consumo en los hijos adolescentes. 
Los hábitos de consumo de los familiares y personas cercanas como los amigos influyen como modelos en el consumo de alcohol en los adolescentes, tanto en su inicio como en su frecuencia e intensidad. No obstante, es interesante resaltar que el consumo de alcohol está relacionado con el funcionamiento familiar, el apoyo de familiares y amigos, y con el ajuste escolar.  
Sería muy importante analizar las relaciones de esas variables comunitarias, familiares, escolares y psicológicas, y otras relacionadas o no con estas, pero científicamente relevantes, con el consumo de alcohol en adolescentes, en función de la frecuencia del consumo –frecuentemente, excepcionalmente, abstemio u otras categorías afines-, de la intensidad –mucho, bastante y poco- y del género, puesto que sería el consumo excesivo y frecuente el que se relacionaría con un pobre funcionamiento familiar y escolar, con una pobre integración comunitaria y con una baja autoestima.  
Para entender estas ideas, aparentemente contradictorias, que en absoluto lo son, se podría acudir a las dos rutas en el tránsito de la adolescencia: la transitoria y la persistente.Estas dos trayectorias se consideran dos importantes marcos interpretativos de las conductas no deseables en la adolescencia (delincuencia, consumo de alcohol y drogas).
 En el marco de la trayectoria transitoria, se describe la adolescencia como un período de experimentación y, como tal, es un momento en que los adolescentes exploran distintas alternativas (de ocio, de relaciones sociales y amorosas, etc.) entre las que se encuentran las conductas de riesgo. Representa, además, una etapa que pone a prueba la capacidad de toda la organización familiar para adaptarse a los cambios que demandan los hijos adolescentes. Un clima inadecuado en la familia o en la escuela puede explicar que los adolescentes se impliquen en más conductas de riesgo. Conforme aumenta la edad y el nivel educativo, el adolescente desea más participación en la toma de decisiones en los entornos familiar y escolar, un deseo que choca con los muros que rodean los mundos “exclusivos” de los adultos. 
Existe un vacío o laguna entre la madurez biológica y la madurez social de los adolescentes, acentuada en los últimos tiempos por un inicio cada vez más precoz de la pubertad y un mayor retraso en su proceso de autonomía y asunción de responsabilidades. En otras palabras, el adolescente es ya físicamente capaz, por ejemplo, de mantener relaciones sexuales o de conducir un coche y, sin embargo, al mismo tiempo se le impide participar en la mayor parte de los aspectos más valorados de la autonomía adulta. En esta situación, un comportamiento desviado puede tener su origen en un fracaso de la familia, de la escuela o de ambos en asumir las necesidades crecientes de autonomía, control y participación del adolescente. 
Entonces, las conductas de riesgo representan para el adolescente un tipo de conducta social que le permite el acceso a ciertos contextos en los que se siente protagonista y que se relacionan con el estatus de adulto (beber alcohol, conducir vehículos sin carné, conductas sexuales de riesgo, etc.). Se señalan tres procesos en el desarrollo de este tipo de conducta transitoria: la motivación, provocada por el tránsito hacia la madurez; la imitación social, que tiene lugar, fundamentalmente, en el grupo de iguales; y el refuerzo de la conducta, por el acceso a esos privilegios que simbolizan la madurez. 
 
Como consecuencia, es posible observar a adolescentes de ambos sexos bien ajustados que comienzan a beber alcohol en esta etapa del ciclo vital, hasta el punto de que investigaciones recientes nos indican que en este período este tipo de conducta es común y prevalente, más en los chicos que en las chicas –si bien con un incremento peligroso-, y que puede describirse incluso como normativa .Obviamente, si un adolescente ha vivido durante años en un medio en el que observa como “normal” que sus padres, hermanos y amigos beban, entenderá como adecuado que él mismo pueda hacerlo cuando llegue a la adolescencia y este es, justamente, el marco en el que se han desarrollado las investigaciones. 
No se trataría de que la familia anule su consumo de bebidas alcohólicas ante sus hijos; más bien se trataría de ofrecer modelos de no consumo o, en su ausencia, de consumo controlado. En nuestro días, es común entre los profesionales encaminar sus esfuerzos hacia la reducción de daños y de riesgos , más que a la prohibición, que hasta la fecha ha tenido muy poco efecto en el consumo adolescente. 
Lo importante es que para la mayoría de los adolescentes, tanto el consumo de alcohol como la implicación en conductas transgresoras disminuye de forma importante al coincidir con la adquisición de roles sociales adultos en el transcurso de la adultez emergente, una vez superadas la fase de reafirmación personal y conformación de la identidad. Para muchos adolescentes, la disrupción no es solamente normativa, sino que también es “adaptativa” en el sentido de que sirve como expresión y afianzamiento de la autonomía del adolescente. Sin embargo, la frecuencia y aparente normalidad de estas conductas no debe ocultar su gravedad. Estas conductas a menudo son graves y pueden tener consecuencias negativas para el propio adolescente, su entorno y la sociedad y, por tanto, deben estudiarse profundamente con el fin de prevenirlas.  
 
En el marco de la trayectoria persistente, sin embargo, otros adolescentes, de nuevo más los chicos que las chicas, presentan ya conductas graves en un momento más temprano de la vida, normalmente en la primera infancia, agravándose estas conductas en la adolescencia y en la edad adulta a las que acompaña normalmente el consumo de alcohol y substancias. Una situación tal estaría indicando una trayectoria persistente del tal estaría indicando una trayectoria persistente del consumo de alcohol, drogas y conducta delictiva. Este modelo se centra en los factores biológicos (por ejemplo, déficits neurofisiológicos),  psicológicos (temperamento difícil, déficits cognitivos), sociales (ambiente familiar negativo) y educativos (problemas de ajuste en la escuela) que influyen de forma temprana en el desarrollo de una personalidad o estilo conductual agresivo y antisocial en la adolescencia. Estas conductas, una vez que forman parte del repertorio conductual se tornan reiterativas con el consecuente deterioro del ajuste personal e interpersonal. Además, existe un consenso entre los investigadores sociales preocupados por los problemas juveniles en la idea de que la raíz de estas conductas se encuentra, fundamentalmente, en los entornos más cercanos a la persona: familia, pares y escuela. El funcionamiento familiar se relaciona de forma directa con el ajuste escolar y este con la autoestima académica, es decir aquellos adolecentes con calificaciones y con más implicación en la escuela, presentan una autoestima escolar más alta, y consumen menos alcohol. Se podría afirmar que la competencia académica percibida por el adolescente, parece ser un factor protector relevante en la implicación en consumo de alcohol y drogas. Pero tenemos que ser prudentes porque, al igual que ocurre en relación  al medio familiar, también se ha observado que numerosos adolescentes que participan del botellón y de fiestas en las que el consumo de alcohol tiene un particular protagonismo son excelentes alumnos. 
Si se tienen en cuenta estas dos reflexiones teóricas, tenemos que asumir que las conductas transgresoras en la adolescencia son, o bien parte integrante de la búsqueda de consolidación de la identidad y autonomía del adolescente, o bien, el resultado de un proceso previo, centrado, fundamentalmente, en las relaciones negativas con los otros significativos como padres y educadores.
Creo que estas dos orientaciones, la trayectoria y la persistente, presentan puntos comunes en la explicación de las conductas de riesgo en la adolescencia (importancia del entorno familiar, escolar y de iguales, por ejemplo), por lo que no debieran considerarse como opuestas sino, más bien, como complementarias en el ámbito de la investigación de factores explicativos y, obviamente, en la prevención e intervención.