LA
PROBLEMÉTICA DEL CONSUMO DE ALCOHOL EN ADOLESCENTES.
Tradicionalmente, la adolescencia ha
representado un periodo crítico en el inicio y experimentación en el consumo de
sustancias psicoactivas, lo cual ha motivado a los científicos sociales y de la
salud a analizar este problema en profundidad por sus múltiples y graves
efectos. Según el informe de la Organización Mundial de la Salud el consumo de
alcohol es el primer factor de riesgo en los países en desarrollo y el tercero
en los países desarrollados, lo cual constituye una amenaza para la salud
pública en la medida en que genera consecuencias negativas en todos los
niveles: biológico, físico y psicológico en quienes lo consumen.
Igualmente, los problemas referentes a la
salud pública, asociados al alcohol, han adquirido proporciones alarmantes,
hasta el punto que el consumo de esta sustancia se ha convertido en uno de los
riesgos sanitarios y sociales (accidentes de tráfico, violencia, suicidio,
etc.) más importantes en el mundo. La edad de inicio se sitúa entre los 13 y 14
años de edad y lo más importante, y también alarmante, es el hecho de que el
64% de los adolescentes cree que beber es normal . En este punto, es de interés
subrayar que el consumo de alcohol en en los países europeos, es ilegal para
los menores de edad que aún no han cumplido los 18 años y, en consecuencia,
está prohibida la venta y consumo por debajo de esta edad.
Además, se ha mostrado claramente, tanto en
población general como en población escolar, que este inicio temprano es un
factor de riesgo importante para adentrarse en el consumo de otras drogas. El
hecho de que los adolescentes consuman alcohol a edades tempranas conlleva un
importante peligro tanto para la salud individual como para la salud pública,
con el agravante de que bajo ciertas condiciones, aumenta la probabilidad de que
se mantenga o agudice este problema durante la vida adulta.
Normalmente, el consumo de alcohol en
adolescentes se ha explicado a partir de contextos tales como la familia, la
escuela y la comunidad, y han sido muy pocos los estudios que han considerado
los tres ámbitos de manera conjunta.
En el sistema familiar se ha constatado que
juega un papel fundamental en el consumo de alcohol en los hijos, las pautas de
interacción familiar, la cohesión y adaptabilidad de los miembros y el consumo
de los propios padres.También, la comunicación familiar positiva favorece la
cohesión y la adaptabilidad de la familia; en cambio, los problemas de
funcionamiento y comunicación entre padres e hijos adolescentes constituye un
factor de riesgo estrechamente vinculado con el consumo de alcohol y drogas en
los hijos. Los adolescentes consumidores abusivos de alcohol perciben a su familia,
en mayor medida que los abstemios o los consumidores no abusivos, como un
contexto conflictivo en el que existe poco entendimiento entre los miembros de
la familia .
Otro factor de riesgo en el escenario familiar que influye en el
consumo de alcohol entre los adolescentes, es el modelado parental de consumo
en el sentido de que hay una mayor probabilidad de consumo abusivo en los hijos
conforme aumenta la frecuencia de consumo de alcohol en sus padres. El modelado
de los padres es, en consecuencia, un factor relevante para entender el
comportamiento de los adolescentes en relación al consumo de alcohol y otras
substancias .Si un adolescente observa en el entorno familiar el consumo de
alcohol como “normal”, entenderá como adecuado que él mismo lo pueda hacer en sus
relaciones sociales con los amigos. Ha aprendido también que los amigos
estimulan y potencian la afiliación y la identidad a través de la adhesión a
ciertas conductas rituales afianzadas en el grupo. Los iguales se convierten,
de esta manera, en una influencia social dominante para el consumo de alcohol..También
se sabe que la identidad de las personas está vinculada a los roles sociales
que emergen de la comunidad de pertenencia, lo cual constituye uno de los
principales escenarios sociales de interacción.
El problema de fondo estriba, en que el
consumo de esta droga en adolescentes representa un elevado costo para los
gobiernos puesto que va acompañado de graves conflictos familiares, accidentes
de tráfico, violencia, delincuencia, etc. Su consumo tiene lugar en contextos
de normalidad social lo cual hace que la alarma y responsabilidad social sea menor
que en otros tipos de drogas, e incluso inexistente, lo que podría explicar
también la poca efectividad de los programas de prevención. Esta tolerancia hacia
el consumo de alcohol en la mayor parte de las culturas contribuye a una menor
percepción del riesgo que implica su consumo.
En
el marco de la trayectoria transitoria, se describe la adolescencia como un período
de experimentación y, como tal, es un momento en que los adolescentes exploran
distintas alternativas (de ocio, de relaciones sociales y amorosas, etc.) entre
las que se encuentran las conductas de riesgo. Representa, además, una etapa que
pone a prueba la capacidad de toda la organización familiar para adaptarse a
los cambios que demandan los hijos adolescentes. Un clima inadecuado en la
familia o en la escuela puede explicar que los adolescentes se impliquen en más
conductas de riesgo. Conforme aumenta la edad y el nivel educativo, el
adolescente desea más participación en la toma de decisiones en los entornos familiar
y escolar, un deseo que choca con los muros que rodean los mundos “exclusivos”
de los adultos.
Como consecuencia, es posible observar a
adolescentes de ambos sexos bien ajustados que comienzan a beber alcohol en
esta etapa del ciclo vital, hasta el punto de que investigaciones recientes nos
indican que en este período este tipo de conducta es común y prevalente, más en
los chicos que en las chicas –si bien con un incremento peligroso-, y que puede
describirse incluso como normativa .Obviamente, si un adolescente ha vivido
durante años en un medio en el que observa como “normal” que sus padres,
hermanos y amigos beban, entenderá como adecuado que él mismo pueda hacerlo
cuando llegue a la adolescencia y este es, justamente, el marco en el que se han
desarrollado las investigaciones.
En
el marco de la trayectoria persistente, sin embargo, otros adolescentes, de nuevo
más los chicos que las chicas, presentan ya conductas graves en un momento más
temprano de la vida, normalmente en la primera infancia, agravándose estas
conductas en la adolescencia y en la edad adulta a las que acompaña normalmente
el consumo de alcohol y substancias. Una situación tal estaría indicando una trayectoria persistente del tal estaría
indicando una trayectoria persistente del consumo de alcohol, drogas y conducta
delictiva. Este modelo se centra en los factores biológicos (por ejemplo, déficits
neurofisiológicos), psicológicos
(temperamento difícil, déficits cognitivos), sociales (ambiente familiar negativo)
y educativos (problemas de ajuste en la escuela) que influyen de forma temprana
en el desarrollo de una personalidad o estilo conductual agresivo y antisocial
en la adolescencia. Estas conductas, una vez que forman parte del repertorio
conductual se tornan reiterativas con el consecuente deterioro del ajuste
personal e interpersonal. Además, existe un consenso entre los investigadores
sociales preocupados por los problemas juveniles en la idea de que la raíz de estas
conductas se encuentra, fundamentalmente, en los entornos más cercanos a la
persona: familia, pares y escuela. El funcionamiento familiar se relaciona de
forma directa con el ajuste escolar y este con la autoestima académica, es
decir aquellos adolecentes con calificaciones y con más implicación en la
escuela, presentan una autoestima escolar más alta, y consumen menos alcohol.
Se podría afirmar que la competencia académica percibida por el adolescente,
parece ser un factor protector relevante en la implicación en consumo de
alcohol y drogas. Pero tenemos que ser prudentes porque, al igual que ocurre en
relación al medio familiar, también se
ha observado que numerosos adolescentes que participan del botellón y de
fiestas en las que el consumo de alcohol tiene un particular protagonismo son
excelentes alumnos.
Si se tienen en cuenta estas dos reflexiones
teóricas, tenemos que asumir que las conductas transgresoras en la adolescencia
son, o bien parte integrante de la búsqueda de consolidación de la identidad y
autonomía del adolescente, o bien, el resultado de un proceso previo, centrado,
fundamentalmente, en las relaciones negativas con los otros significativos como
padres y educadores.
Por otra parte, se ha podido observar que la
autoestima académica tiende a inhibir las conductas que implican consumo de
sustancias (alcohol y otras drogas) y actúa como elemento protector. Esta
autoestima está más relacionada con la capacidad del adolescente para asumir y
respetar las reglas de convivencia establecidas desde una figura de autoridad,
de tal manera que aquellos adolescentes que se valoran de forma negativa
respecto de su autoestima académica perciben la escuela como un sistema injusto
y tienen la tendencia a abandonar sus estudios. Además, la autoestima académica
parece ser un factor protector relevante en la implicación en el consumo de
drogas..
Teniendo en cuenta estos antecedentes, deberemos
estudiar las relaciones existentes entre las variables familiares –funcionamiento
familiar y apoyo familiar- y consumo familiar de alcohol–; escolares
–rendimiento académico e implicación escolar-; sociales –apoyo de amigos, tener
amigos consumidores de alcohol-, el apoyo social comunitario; la autoestima
académica, y el consumo de alcohol en adolescentes.
El referente teórico donde se puede sustentar
esta investigación y en el que se integran todas las ideas y dimensiones
anteriormente mencionadas es el modelo ecológico de Bronfenbrenner, y el modelo
de estrés familiar en el que se identifican los factores de riesgo y protección.
En el ámbito familiar, se ha comprobado que
un funcionamiento familiar, caracterizado por la vinculación emocional entre los
miembros de la familia y la habilidad para adaptarse a diferentes situaciones y
demandas de la dinámica familiar se relacionan positivamente con el apoyo familiar.
Se ha observado que el apoyo percibido de los
miembros de la familia (padres, madres y hermanos/as) se relaciona con el
consumo de alcohol en adolescentes. Una parte importante del consumo de alcohol en
adolescentes se explica a partir de las relaciones familiares y con los iguales
y, paralelamente al ocio compartido con familia y amigos -festividades cívicas
y religiosas, celebraciones familiares y reuniones de amigos-.
La forma abusiva de consumir alcohol se da
más entre los hombres que entre las mujeres y, sobre todo, en varones jóvenes
de entre 15 y 34 años. No obstante, también han aumentado las borracheras y los
atracones de alcohol entre las mujeres en torno a tres puntos. El 25,9% de las
mujeres se ha emborrachado alguna vez en el último año y el 8,6% se ha dado
algún atracón de alcohol (5/6 copas en menos de dos horas) en algún momento en
los últimos 30 días. Estas conductas se dan en el 44% y 21% de los hombres,
respectivamente.
En España, el consumo de alcohol se concentra
durante los fines de semana y la bebida más consumida es la cerveza (78,7%),
seguida del tabaco (42,8%), el cannabis (10,6%) y los hipnosedantes (7,1%).
Por otra parte, la socialización y aceptación
social del consumo de alcohol entre la población adulta está tan arraigada en nuestra
cultura que parece difícil que padres y educadores transmitan a los
adolescentes el mensaje de que el alcohol puede afectar seriamente su salud. De
ahí que las intervenciones preventivas deben incluir necesariamente al contexto
familiar y escolar a fin de incrementar su eficacia.
Hay que tener también presente que en la
adolescencia, un período de tránsito y experimentación, se explora y
experimenta con gran parte de lo que el adolescente se encuentra en su medio y,
naturalmente, con el consumo de alcohol al que tienen un fácil acceso y una
amplia aceptación.
Como ya se ha comentado anteriormente, se ha observado
en las investigaciones realizadas una
relación directa del consumo familiar y de los amigos con el consumo de los
adolescentes, es decir, tener familiares y amigos que beben es un factor de
riesgo importante para el consumo. Cuando padres y madres beben hay una mayor
probabilidad de consumo en los hijos adolescentes.
Los hábitos de consumo de los familiares y
personas cercanas como los amigos influyen como modelos en el consumo de
alcohol en los adolescentes, tanto en su inicio como en su frecuencia e
intensidad. No obstante, es interesante resaltar que el consumo de alcohol está
relacionado con el funcionamiento familiar, el apoyo de familiares y amigos, y
con el ajuste escolar.
Sería muy importante analizar las relaciones
de esas variables comunitarias, familiares, escolares y psicológicas, y otras
relacionadas o no con estas, pero científicamente relevantes, con el consumo de
alcohol en adolescentes, en función de la frecuencia del consumo
–frecuentemente, excepcionalmente, abstemio u otras categorías afines-, de la
intensidad –mucho, bastante y poco- y del género, puesto que sería el consumo
excesivo y frecuente el que se relacionaría con un pobre funcionamiento
familiar y escolar, con una pobre integración comunitaria y con una baja
autoestima.
Para entender estas ideas, aparentemente contradictorias,
que en absoluto lo son, se podría acudir a las dos rutas en el tránsito de la
adolescencia: la transitoria y la persistente.Estas dos trayectorias se
consideran dos importantes marcos interpretativos de las conductas no deseables
en la adolescencia (delincuencia, consumo de alcohol y drogas).
Existe un vacío o laguna entre la madurez
biológica y la madurez social de los adolescentes, acentuada en los últimos
tiempos por un inicio cada vez más precoz de la pubertad y un mayor retraso en
su proceso de autonomía y asunción de responsabilidades. En otras palabras, el
adolescente es ya físicamente capaz, por ejemplo, de mantener relaciones
sexuales o de conducir un coche y, sin embargo, al mismo tiempo se le impide
participar en la mayor parte de los aspectos más valorados de la autonomía adulta.
En esta situación, un comportamiento desviado puede tener su origen en un
fracaso de la familia, de la escuela o de ambos en asumir las necesidades
crecientes de autonomía, control y participación del adolescente.
Entonces, las conductas de riesgo representan
para el adolescente un tipo de conducta social que le permite el acceso a
ciertos contextos en los que se siente protagonista y que se relacionan con el
estatus de adulto (beber alcohol, conducir vehículos sin carné, conductas
sexuales de riesgo, etc.). Se señalan tres procesos en el desarrollo de este
tipo de conducta transitoria: la motivación, provocada por el tránsito hacia la
madurez; la imitación social, que tiene lugar, fundamentalmente, en el grupo de
iguales; y el refuerzo de la conducta, por el acceso a esos privilegios que
simbolizan la madurez.
No se trataría de que la familia anule su consumo
de bebidas alcohólicas ante sus hijos; más bien se trataría de ofrecer modelos
de no consumo o, en su ausencia, de consumo controlado. En nuestro días, es
común entre los profesionales encaminar sus esfuerzos hacia la reducción de
daños y de riesgos , más que a la prohibición, que hasta la fecha ha tenido muy
poco efecto en el consumo adolescente.
Lo importante es que para la mayoría de los
adolescentes, tanto el consumo de alcohol como la implicación en conductas
transgresoras disminuye de forma importante al coincidir con la adquisición de
roles sociales adultos en el transcurso de la adultez emergente, una vez
superadas la fase de reafirmación personal y conformación de la identidad. Para
muchos adolescentes, la disrupción no es solamente normativa, sino que también
es “adaptativa” en el sentido de que sirve como expresión y afianzamiento de la
autonomía del adolescente. Sin embargo, la frecuencia y aparente normalidad de
estas conductas no debe ocultar su gravedad. Estas conductas a menudo son
graves y pueden tener consecuencias negativas para el propio adolescente, su
entorno y la sociedad y, por tanto, deben estudiarse profundamente con el fin de
prevenirlas.
Creo que estas dos orientaciones, la
trayectoria y la persistente, presentan puntos comunes en la explicación de las
conductas de riesgo en la adolescencia (importancia del entorno familiar,
escolar y de iguales, por ejemplo), por lo que no debieran considerarse como
opuestas sino, más bien, como complementarias en el ámbito de la investigación
de factores explicativos y, obviamente, en la prevención e intervención.