RECETA FAMILIAR: LA
CARICIA
Las
caricias, las podemos definir como el arte de aprender a expresar estima,
afecto, cariño, ternura, amor, amistad, cordialidad y simpatía a quienes nos
rodean y entonces debemos preguntarnos cuál es el circulo más básico de
relación y a esta pregunta responderemos: LA FAMILIA.
Dentro
de la familia aprendemos las caricias y posteriormente las trasladamos al
exterior a nuestros círculos sociales, laborales....
El
término caricia lo tomamos prestado del Análisis Transacional. Eric Berne lo
define como el estímulo intencional dirigido de una persona a otra y que
implica reconocimiento y aceptación. Y qué mejor que la pareja, los hijos, los
abuelos para dirigir estos estímulos.
Caricia
(Berne) puede emplearse de forma coloquial para definir todo acto que implica
el reconocimiento de la presencia de otra persona. Por tanto, la caricia puede
utilizarse como la unidad fundamental del acto social. Un intercambio de
caricias constituye una transación, que es la unidad básica de todas las
relaciones sociales.
El
hambre de contacto físico, de palabras, de miradas, de gestos es equiparable al
hambre de alimentos. Dice Berne que si no nos dan caricias, nuestra espina
dorsal se secará. De ahí surgen en muchas ocasiones los conflictos familiares,
la familia se resquebraja, no se comunica, se pierde el apetito entre los
padres, entre padres-hijos, entre hermanos.
Todos
dentro del círculo familiar necesitamos sentirnos reconocidos, valorados,
apreciados y mantener contactos gratificantes con los otros. Cuantas veces no
llegamos a casa después de una jornada agotadora y no recibimos palabra;
cuantas veces no obtenemos una sonrisa; o cuantas veces no reconocemos las
necesidades de nuestros hijos de un abrazo reconfortable tras una mala nota.
Necesitamos, en resumidas cuentas, intercambiar caricias.
Las
caricias pueden ser de varios tipos: verbales, físicas, gestuales, simbólicas.
Algunas se nos dan mejor que otras, pero es conveniente practicas todas y que
nuestro repertorio sea lo más completo y
variado posible.
Muchas
veces nos preguntamos ¿cómo expreso afecto o reconocimiento? ¿tendré que
sentirlo?. Esto es cierto pero también lo es que acostumbrarnos a manifestarlo
o expresarlo ayuda a sentirlo.
El
afecto familiar y personal se siente y se manifiesta a través de las palabras,
los silencios, los gestos, las acciones, las complicidades. Lo importante es
que en el hogar se respire, se palpe, se practique; un ambiente de hogar que
este impregnado por los aromas del afecto es un hogar feliz y sus miembros
desarrollaran y trasladarán esta felicidad al exterior. Cuantas veces nos
encontramos con un amigo al salir de su casa que lleva la típica cara de
felicidad y que todos detectamos, enseguida notaremos ese aroma de felicidad
familiar.
Debemos,
sin embargo, hacer una apreciación y aprendamos a distinguir las caricias de
los sentimientos. Las caricias nacen de sentimientos y emociones y producen a
su vez, una repercusión emocional agradable o desagradable en quien las recibe,
pero no son lo mismo que una emoción o sentimiento.
El
SENTIMIENTO tiene que ver con el “YO”; es algo referido a mí; puedo expresarlo
o no y existe aunque no lo exprese. Ejemplos serían: “me gusta estar a tu
lado”; “me encanta tu sonrisa”; “la
ternura del niño me relaja”.......
La
CARICIA tiene que ver con el “TÚ”; es algo referido a ti; sólo es caricia si se
da, si se transfiere.; existe solamente si se expresa. Ejemplos serían: “eres
un encanto de esposa” (“TÚ”) “eres un hijo modélico” (“TÚ”); “sois lo más
importante para mí” (“TÚ”).
Claro
es que muchos sentimientos se convierten en caricias por el simple hecho de ser
expresados: “te quiero” a “TI”; “te valoro hijo (a “TI”) por tus notas”.....
Las
caricias requieren para dar su resultado tiempo y dedicación; tienen que
adecuarse a una medida; si damos caricias desmesuradas o en exceso pueden tener
un efecto contrario y no resultar creíbles generando una sensación de deuda con
el otro.
Según
Berne, las caricias son necesarias para la supervivencia. Sin ellas enfermamos;
nos debilitamos; se pueden considerar una medicina vital.
Interesante
apreciación es la que nos ofrecen Claude Steiner y Paul Perry (La educación
emocional) cuando nos dicen: “desdichadamente, las caricias no siempre fluyen
libremente, ni siquiera entre las personas que se aman. Nuestra naturaleza
básica pide abundantes caricias. Darlas y recibirlas debería ser sencillo y
placentero....Proporcionarnos caricias es difícil.....No sólo es difícil dar
caricias, sino que también es difícil recibirlas y aceptarlas. Y acariciarse
uno mismo es, sin ninguna duda, un tabú”
La
caricia no se ofrece a cambio de nada ni por nada especial que se haya hecho.
Se da por el mero hecho de existir y por el puro placer de darla; sin embargo,
somos poco dados a dar caricias. Lo normal es medirlas, tanto a los otros como
a nosotros mismos. Cuanto ganaría la familia si aplicaramos lo anterior.
Algunos
padres parece que en su vocabulario no tengan palabras de reconocimiento; las
tienen y cómo es que no las pronuncian. Una de las respuestas sería por temer
su repercusión, y ante la duda dejan pasar la oportunidad de dedicarle una
caricia a su pareja, a su hijo/a o su padre/madre. Otras veces no las
pronuncian por miedo al ridículo o a expresar emociones, y detrás de estas
corazas volvemos a perder la oportunidad de acercarnos al otro, de reconocer su
esfuerzo, su valor, su persona, su día a día.
En
nuestro dialogo interno nos descalificamos con frecuencia y darnos caricias
positivas, ser asertivos con nosotros mismos, es muy importante para desarrollar
un buen autoconcepto, generar confianza y adoptar una actitud plenamente
asertiva en nuestra vida familiar.
Otro
aspecto importante es que a algunas personas les cuesta más recibir y aceptar
caricias que ofrecerlas. Muchas veces creemos que aceptar una caricia es un
acto de soberbia y en realidad es un acto de humildad. Agradecerlas implica
reconocer que nos hacen falta y supone a la vez un acto de reconocimiento a la
exquisitez o a la deferencia del otro.
Dice
el refranero popular que “es de bien nacido ser agradecido”
De
lo que no hay duda es de que el intercambio de caricias es una necesidad vital.
Apliquemos
la metáfora de Covey de la “cuenta bancaria emocional” a las relaciones
familiares.
Metáfora
de la “cuenta Bancaria emocional” de Stephen R. Covey:
“ Si aumento mis
depósitos en una cuenta bancaria emocional de la que hago a usted depositario,
mediante la cortesía, la bondad, la honestidad, y mantengo mis compromisos con
usted, yo constituyo una reserva. La confianza que usted tiene en mí crece y yo
puedo apelar a esa confianza muchas veces...Incluso puedo equivocarme, y ese nivel
de confianza, esa reserva emocional, compensará la diferencia. Puede que mi comunicación
no sea clara, pero usted me entenderá de todos modos. Cuando la cuenta de confianza
es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva. Pero si tengo la costumbre
de mostrarme descortés e irrespetuoso, de interrumpirlo, de exteriorizar reacciones
desmesuradas, de ignorarlo, de comportarme con arbitrariedad, de traicionar su confianza,
de amenazarlo..... finalmente mi cuenta bancaria emocional quedará al descubierto”
Aprendamos
de la anterior metáfora y hagamos una cuenta bancaria emocional familiar y vamos
a mantenerla en positivo; si cae en números rojos los intereses que pagamos son
excesivos y en muchas ocasiones si no somos capaces de regularizar nos generará
graves problemas.